Incendios agrícolas y cambio climático en el Ártico
En el último siglo, el Ártico se ha calentado a un ritmo casi dos veces superior al del resto del planeta. Si bien el aumento del dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero es responsable de gran parte de esta tendencia al calentamiento, el Ártico también es muy sensible a los contaminantes de vida corta, es decir, a los gases y aerosoles que se desplazan hacia el norte desde latitudes más bajas y que afectan al clima del Ártico a corto plazo. El aerosol de carbono negro, u hollín, que se produce a través de la combustión incompleta de la biomasa y los combustibles fósiles, es responsable de hasta un 30% del calentamiento del Ártico hasta la fecha, según estimaciones recientes. Los depósitos primaverales de carbono negro suponen una amenaza especial para el clima del Ártico por su potencial para acelerar el derretimiento de la nieve y el hielo.
Los incendios agrícolas, cuyo objetivo es eliminar los residuos de las cosechas para una nueva plantación o limpiar la maleza para el pastoreo, aportan una parte importante del carbono negro procedente de la quema de biomasa que llega al Ártico en primavera. La teledetección de incendios en tierras no forestales, combinada con el análisis de modelos de transporte químico y bases de datos de emisiones de incendios, revelan que las concentraciones de carbono negro procedentes de la quema agrícola son más elevadas en zonas de toda Eurasia: desde Europa oriental, pasando por el sur y la Rusia siberiana, hasta el noreste de China, y en la parte septentrional del cinturón de cereales de Norteamérica. Los principales emisores, en orden descendente, son: Rusia, Kazajistán, China, Estados Unidos, Canadá y Ucrania.
La normativa sobre las quemas agrícolas tiene un escaso grado de cumplimiento en muchos países. Rusia y Kazajstán prohíben oficialmente las quemas en campo abierto a nivel ministerial, pero los incendios se producen con frecuencia en tierras agrícolas (y ex agrícolas) y a menudo se extienden a los pastizales y bosques adyacentes, creando grandes incendios. China también prohíbe la quema de residuos de cultivos, pero de nuevo la práctica está muy extendida, especialmente en el noreste, donde es más probable que las emisiones de carbono negro afecten al Ártico. Estados Unidos y Canadá cuentan con normas que varían según el estado y la provincia y que pretenden limitar el impacto de los incendios agrícolas en la calidad del aire y en las propiedades circundantes, al tiempo que permiten que se realicen las quemas "necesarias".
Los incendios agrícolas de primavera -aunque generalmente son más pequeños y de menor duración que los incendios forestales- tienen un gran efecto acumulativo en los niveles de contaminación del Ártico. Estas quemas provocan el transporte y la deposición en el Ártico durante el periodo más vulnerable para el deshielo del mar; además, las temperaturas más bajas de las quemas son de combustión lenta, emitiendo mayores concentraciones de los productos de la combustión incompleta del carbono. Por ello, estos incendios constituyen un claro objetivo de mitigación. Los recientes avances en técnicas de teledetección y modelización han mejorado las condiciones para identificar las fuentes de emisión de la quema de biomasa y medir su impacto climático relativo. Al mismo tiempo, las nuevas tecnologías agrícolas, como la gasificación de la paja de los cultivos y el biocarbón, pueden ofrecer alternativas prometedoras a la quema de residuos de cultivos a cielo abierto. La tarea de reducir el impacto del carbono negro en el Ártico exige un enfoque concertado y específico para cada región en relación con los incendios agrícolas, que combine la innovación económicamente viable con una mayor vigilancia y regulación.