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Establecer un objetivo de financiación para el clima es sólo la mitad de la batalla para África

11 de noviembre de 2024 Área de trabajo: Acceso a la energía

Este artículo se publicó originalmente en African Arguments

Para África, las conversaciones sobre el clima de la COP29 van a ser un momento crucial para el futuro de la acción climática mundial. A partir de hoy, en Bakú (Azerbaiyán), la bien llamada "COP de Finanzas" verá el establecimiento del Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado (NCQG) sobre financiación climática. Este objetivo sustituirá al compromiso adquirido en 2009 por los países desarrollados de movilizar 100.000 millones de dólares anuales para la acción climática en los países en desarrollo.

Las negociaciones en curso sobre el NCQG han sido lentas y se han visto empantanadas por numerosos desacuerdos, como el tamaño del fondo, qué tipos de financiación se incluyen, quién debe contribuir y cómo se abordarán la adaptación, la mitigación, las pérdidas y daños y la rendición de cuentas. Todas estas cuestiones son críticas para la futura eficacia del objetivo.

Históricamente, la financiación prometida para el clima ha estado muy por debajo de lo necesario para hacer frente a la magnitud del reto. Además, incluso cuando se dispone de fondos, las barreras estructurales han impedido que lleguen a los países que más los necesitan.

Según el Grupo Independiente de Expertos de Alto Nivel sobre Financiación Climática (IHLEG), los países emergentes y en desarrollo -excluida China- necesitan movilizar 1 billón de dólares al año hasta 2030 de fuentes internacionales para apoyar la acción climática. La mitad de esta cantidad deberá proceder del sector privado, que actualmente aporta el 49% de la financiación para el clima.

Un factor clave de la ineficacia de la financiación climática para África hasta ahora ha sido el elevado coste del capital. Según la Agencia Internacional de la Energía, más del 70% de la inversión mundial en energías limpias deberá proceder del sector privado. Esta dependencia puede ser aún mayor en África, donde la deuda pública media ha alcanzado el 65% del PIB y 20 países destinan más del 10% de sus ingresos al servicio de la deuda.

Para los países endeudados, recurrir al sector privado ofrece una salida, pero con importantes riesgos. Nada es gratis. Los inversores en proyectos energéticos necesitan un rendimiento de sus inversiones para que les merezca la pena (el coste de los fondos propios). Mientras tanto, hay que pagar los intereses de los préstamos de los acreedores (el coste de la deuda). Estos costes constituyen el coste del capital.

Los estudios sobre el sector energético africano suelen utilizar cifras generalizadas para el coste del capital debido a la escasez de datos específicos de cada país, con el riesgo de sesgos políticos y estimaciones inexactas del coste de los proyectos. Por ello, Clean Air Task Force ha realizado una evaluación exhaustiva del coste medio ponderado del capital en 48 países africanos. Nuestro análisis revela que, con un 15,6%, el coste medio del capital para proyectos energéticos en África es más de tres veces superior al de otras partes del mundo como Europa Occidental y Estados Unidos. De hecho, en algunos países africanos los costes de capital superan el 25%. El estudio también revela que el coste de los fondos propios duplica el coste de la deuda en África.

Esto significa que, aunque los costes globales de las tecnologías de energías limpias pueden estar disminuyendo a nivel mundial, sigue siendo mucho más caro financiar proyectos de energías limpias en África que en otros lugares.

Estos datos específicos de cada país ofrecen una visión muy necesaria de por qué la transformación de los sistemas energéticos en África ha avanzado a un ritmo tan lento. A pesar de su abundancia de recursos energéticos renovables, el continente ha recibido un escaso 2% de las inversiones mundiales en energías limpias y representa menos del 2% de la capacidad mundial en energías renovables. Estas tendencias apuntan a la dura realidad de que las inversiones en energías limpias siguen dirigiéndose a países donde el coste del capital es menor, dejando atrás a los países con elevados costes de capital.

Más allá de los objetivos de la COP29

En África, más de 600 millones de personas -alrededor del 43% de la población del continente- carecen de acceso a la electricidad. 900 millones de personas carecen de acceso a soluciones limpias para cocinar. África necesita desplegar rápidamente energías limpias para subsanar este déficit.

Sin embargo, para que esto ocurra, el discurso sobre la financiación de la lucha contra el cambio climático debe ir más allá de la mera fijación de objetivos y garantizar que los fondos recaudados puedan catalizar soluciones allí donde más se necesitan. Esto requerirá varios cambios estructurales.

En primer lugar, es esencial desplegar más financiación pública en forma de subvenciones, préstamos en condiciones favorables e instrumentos de garantía para reducir el coste del capital en los condados de renta baja. El predecesor del NCQG se desembolsó principalmente en forma de préstamos, algunos con tipos de interés de hasta el 18%. Como resultado, la mayor parte de los fondos acabaron en manos de países de renta media que podían permitirse esos tipos de interés. El NCQG debe evitar que se reproduzca esta desigualdad desplegando intencionadamente instrumentos de financiación que reduzcan el riesgo de los mercados de los países de renta baja. Esto contribuirá a atraer inversiones del sector privado a regiones como África, que de otro modo se considerarían demasiado arriesgadas para invertir en proyectos de energía limpia que requieren mucho capital.

En segundo lugar, se necesitan datos más detallados y una mejor comprensión de los factores que influyen en la disposición a invertir en energías limpias en África. Nuestra investigación ha demostrado que existen diferencias significativas en el coste del capital entre las regiones del continente y entre los países. Con estos datos específicos de cada país sobre el coste del capital, los responsables políticos estarán mejor equipados para diseñar políticas dirigidas a reducir los costes de capital y los inversores podrán tomar decisiones de inversión con mayor confianza. La aplicación de índices uniformes en toda África impide comprender a fondo los matices en juego y conduce a intervenciones políticas y financieras mal diseñadas.

Por último, es hora de afrontar el hecho de que la pobreza sistémica en toda África está limitando el progreso climático. Nuestro análisis revela una disminución del coste del capital a medida que las economías crecen y prosperan. Para los proyectos energéticos, las mejoras en el nivel de vida y la floreciente actividad económica señalan la existencia de una demanda financieramente viable, lo que hace que estos mercados sean más atractivos para las inversiones, incluidas las de energía limpia. Con un mayor desarrollo económico y disciplina fiscal, los gobiernos africanos pueden impulsar los ingresos nacionales y aumentar el espacio fiscal para inversiones positivas para el clima. Una África más próspera sólo puede ser mejor para el clima mundial. Para ser eficaz, la acción por el clima en África debe ir de la mano de intervenciones específicas para abordar la pobreza y el subdesarrollo en el continente africano.

La COP29 es una oportunidad para renegociar un nuevo objetivo de financiación climática, pero el trabajo no debe terminar ahí. Para que estos fondos lleguen a manos de los países que los necesitan, la comunidad climática debe cultivar las alianzas adecuadas con los gobiernos nacionales, el sector privado, las agencias internacionales de desarrollo y los bancos multilaterales de desarrollo para hacer frente a obstáculos críticos como el elevado coste del capital, la escasez de datos y el subdesarrollo de África.

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